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29 de marzo de 2011

Cuarto relato: Colores

La aguda alarma irrumpió el eterno silencio de los pasillos del colegio. Por las ventanas se colaban delgados destellos de sol que impregnaban de color dorado las losas desgastadas del aula, y que se vieron interrumpidos por el movimiento de los alumnos, inquietos durante el breve cambio de clase, que proyectaban sombras danzantes sobre las paredes. Todos charlaban, gritaban, salían de clase, reían, eran el terror de 3º de primaria.
Sin embargo, como en cualquier sitio, podían encontrarse excepciones entre los alborotos de cada mañana. Esta excepción era una chica de pelo oscuro recogido en una elegante trenza, piel clara, ojos verde esmeralda que acompañaban una dulce mirada. La chica se llamaba Luna, y entre todos aquellos salvajes, parecía ser un destello de esperanza para aquellos que se dedicaban a la educación. Desde su pupitre divisaba la batalla campal que en la puerta se daba a todas horas, en la que el profesor de la clase siguiente luchaba por hacer entrar a todos los alumnos. Esta era la labor más sencilla, ya que el siguiente asalto le esperaba una vez comenzada la clase tratando de mantener a los alumnos en silencio durante la incansable clase de matemáticas.
En esta ocasión los alumnos no necesitaron de la dura intervención del profesor para mantener sus labios cerrados. Don José María iba acompañado de una pequeña niña de cabellos rubios, deslumbrantes a la luz de los fluorescentes, y con un rostro rosado que llamaba la atención de cualquiera. Situado frente a la pizarra, el profesor habló a la clase, expectante ante la situación
—Esta es Clara, vuestra nueva compañera. Como podréis ver es una alumna especial. Así que espero que la ayudéis a adaptarse al colegio. ¿De acuerdo? — Se hizo un largo silencio — ¿De acuerdo? —dijo elevando la voz
— Sí, profesor…
Con su enorme mano hizo una señal a Luna, para que ésta se incorporara y acudiese junto a él. Una vez allí, la chica se percató de las gafas de sol que llevaba su nueva compañera de clase, quien no había sonreído en ningún momento.
— Acompáñala al asiento que está junto al tuyo— susurró el profesor al oído de Luna.
La chica, extrañada, dirigiéndose a su oído, le preguntó — ¿y por qué no va ella sola, profesor?
Con una mirada desafiante, Don José María agarró de la mano a la chica nueva y la apoyó en el hombro de Luna. —Porque yo te lo pido —le respondió en voz baja el profesor.
Una vez guió a Clara hasta el pupitre, le ayudó a sentarse y a sacar sus libros. Pero algo más le resultó extraño de la chica nueva. Sus libros no estaban impresos, eran meras páginas en blanco, aunque en todas las páginas había columnas y filas de pequeños puntos grabados en relieve. Sin perder de vista los libros, Luna tomó asiento en la dura silla del pupitre y le preguntó a Clara — ¿Y tú cómo puedes leer esos libros?
La niña de gafas de sol, sin mover la cabeza le respondió en voz baja — Con los dedos.
Luna quedó fascinada y sin mediar palabra con la niña nueva hasta que finalizó la clase y se dirigieron al recreo, dispuesta a conocer mejor a esta compañera tan especial.
— Luna, ¿podrías hacerme un favor?
— Por supuesto — respondió tímidamente a Clara.
— No me sueltes el brazo, que puedo perderme
Sin pensar en aquello que le acababa de decir, Luna atravesó el bosque de alumnos para alcanzar la puerta de salida al patio, que tan soleado estaba aquel día.
Cuando se hubieron sentado en un escalón cercano a los frondosos árboles del pequeño huerto del colegio, Clara extrajo de su bolsillo una pequeña mandarina muy apetitosa. Luna, como era habitual, portaba en sus manos un bocadillo y un pequeño brick de zumo de piña.
Mientras comían, la luz del sol esquivaba las hojas de aquel enorme árbol para iluminar las delicadas caras de las dos chicas.
— Luna
— ¿Qué?
— ¿Cómo es el color del Sol?
Sin entender la pregunta, Luna preguntó — ¿No puedes verlo?
—No. No puedo. ¿Puedes explicarme cómo es?
— Bueno. Es… —comenzó, intentando describirlo lo más fácilmente posible — dorado. Como el oro, pero no es frío. Es un color muy difícil
— ¿Y el verde? ¿Cómo es el verde? — preguntó interesada Clara
— Pues el verde…es fresquito, suave, como el césped. Cuando lo ves, te acaricia por dentro, y te hace volar, pero muy despacio. Como una caricia, pero más suave, mucho más suave.
— ¡Qué bonito! Y tus ojos, ¿de qué color son?
— Son azules — contestó Luna, interesada en la conversación. — ¿Quieres que te diga cómo es el azul?
— Si, por favor.
— El azul es un color muy frío, que cuando lo miras es cómo tocar el hielo sin guantes. Pero en ocasiones es muy bonito, porque el cielo es azul, y parece que puedes nadar en él, como una piscina.
— El azul sería mi color favorito — afirmó completamente convencida de ello.
— Clara, ¿de qué color son tus ojos?
Tras un breve silencio, con las agudas voces de los chicos correteando por el suelo de albero, Clara se dirigió a Luna y se quitó las pequeñas gafas de cristales tintados para abrir sus ojos a su nueva amiga. Luna, sorprendida, los miró fijamente, y cómo si fuese un tesoro se los mandó cerrar, para que no se estropearan le dijo.
— Pero ¿tú sabes que yo también puedo ver colores que tú no puedes ver? — dijo Clara.
— ¿Si?
— De verdad. Por ejemplo, el color del miedo. Es un color muy feo. Pincha y duele a veces. Si tienes miedo aprietas las manos y sudan, y es como si una brisa muy fría se colase bajo la camiseta y tuvieras ganas abrazar a tu mamá, pero no puedes.
—Tienes razón — dijo Luna, entusiasmada con la descripción que le había hecho su compañera.
— Pero sabes ¿cuál es mi color favorito?
— ¿El rojo?
— No, el de la amistad
— Ah, ¿sí? ¿Cómo es?
— Sí —contestó Clara— es el más bonito de todos. Cuando lo ves hace que el corazón se haga muy, muy grande. Es muy suave, aunque es delicado como una copa de cristal. Parece que de él sale olor a fresa, vainilla y chocolate. Pero cuando deja de verse se convierte en un sabor amargo al saber que ese color se ha ido.
Cuando terminó de describir el color tan original que tenía en mente, cogió de las manos a Luna y le dijo, dirigiendo su inerte mirada a sus profundos ojos azules:
— Cuando hablo contigo, veo ese color.
— Yo también lo veo, Clara, yo también lo veo…
Y Clara regaló a Luna la sonrisa que no había regalado nunca a nadie.
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Para Meli, por el día de su cumpleaños, que sabe que todos nosotros pensamos en ella dibujando un corazón con ese color tan  especial, y dificil de ver.



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10 comentarios:

EDR dijo...

Lo más grande que se puede hacer con unas palabras es dejar a la otra persona sin ellas.
Gracias una vez más por hacer que mis labios cayen y sean mis ojos los que chispeen leyendo algo tan hermoso.

Anónimo dijo...

Sinceramente amigo mío, creo que éste es el relato que más me ha gustado de cuantos has escrito.
Me ha encantado la forma en la que describes los colores, tantos los visibles como los que solo percibe la pequeña Clara. Describe un forma de vida desde otro punto de vista, muy bien visto, precioso, magnífico.
También tengo que decir que Clara y yo compartiríamos el gusto por el color, puesto que mi color favorito también es el azul.
Por último decirte que me encanta tener ese último sentimiento que describe Clara contigo, ese sentimiento llamado amistad, y espero que dure hasta siempre.
Un gran abrazo.
VCJ

Anónimo dijo...

Sin palabras Antonio, es precioso me ha encantado! =) Sigue así.
P.M

Pandesemi :) dijo...

Precioso, Antonio.
Sinceramente.. nunca había leído algo tuyo, siempre he han dicho que eras muy bueno.. pero siempre pensé también que eso era amor de prima.. pero ya veo que no :)

Y eso de cómo se le puede explicar a un ciego los colores siempre me lo he preguntado y supongo que esta puede ser una opción..una opción bastante bonita

y me parece que más de una vez me tendré que pasar por aquí
Besos :)

Mel dijo...

Bueno, la verdad esque me ha encantado, ha sido un detalle maravilloso por tu parte y te lo agradecere siempre de verdad.
Se me saltaron las lagrimas mas de una vez, pero intente retenerme jajaja
Escribes realmente bien Antonio, me ha gustado muchisimo.
Gracias de nuevo.
Bss

Irene dijo...

Muy poca gente es capaz de ordenar las palabras para crear algo tan hermoso, algo que nos haga emocionarnos o sonreír casi inconscientemente. Puede estudiarse, pero yo creo que es un don, se tiene o no se tiene. Y estoy segura de que tú lo tienes.
Felicidades por el relato.

Mel dijo...

No puedo dejar de leerlo una y mil veces, y cada vez me emociono mas, es realmente fascinante y consigue transportarte en un abrir y cerrar de ojos al lugar donde transcurren los hechos, gracias otra vez, estoy segura de que llegaras muy lejos.
Bss

Anónimo dijo...

todos los dias paseo por tus pensamientos, estaba deseando que nos regalaras uno más, por favor nunca dejes que nada ni nadie te frene y por favor regalanos cuadros tan hermosos de azules y rojos más a menudo, el tiempo se para por un instante y hasta en medio del caos somos capaces de sonreir e incluso de llorar.

Cristian dijo...

Hace poco, descubrí que hay cosas que no somos capaces de decir ni transmitir, excepto mediante las palabras. Sentimientos que todos sabemos como son pero no nos atrevemos a definirlos, pero que en ocasiones se pueden condensar en pocas frases de manera tan perfecta. Sin embargo, todos no tenemos esta capacidad para transmitir y describir como has demostrado tener tú. De verdad, este relato es sencillamente perfecto, y sólo unos pocos pueden escribir de esta forma, me encanta.

Anónimo dijo...

Un relato precioso. Llega a emocionar.

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