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19 de marzo de 2010

Segundo relato: Parte I: Solos en San Jerónimo

— ¿Crees que es buena idea? ¿No será demasiado peligroso?
— No repliques más, gallina, que aquí no hay nada.
Aquel viejo hospital en el que nos adentrábamos conservaba una atmósfera fría y maloliente, que se filtraba bajo las puertas de las consultas más cercanas. Cuanto más tiempo estábamos allí más dudaba de nuestro sentido común.
Mi compañero de aventuras, Miguel, siempre consigue convencerme, no sé cómo. Ese es mi gran problema, que soy demasiado manipulable, y que, a la mínima apuesta, caigo.
Todo este enredo vino causado por un pequeño comentario del hermano de Miguel, Lucio. Nos encontrábamos haciendo un proyecto de ciencias: “Hongos, líquenes y algas en la Península Ibérica”, todo un entretenimiento. Poco después de que comenzáramos, Lucio irrumpió en la habitación.
—Enano, ¿qué quieres que te traiga de la papelería? Que cuando vuelvo es cuando empiezas a pedir. Ah, hola Sergi. — parecía que se alegraba de verme.
Lucio es una persona muy rara, aunque no en el mal sentido, si es que lo tiene. La primera vez que lo vi estaba completamente rapado, sin un solo pelo. Ese peinado iba acorde con unas ropas anchas, pantalones caídos y unas gafas de sol, que sinceramente, eran del todo horteras. Pero la adolescencia hace estragos en cualquier persona, y el caso más significativo es Lucio. Ahora lleva una melena recogida con un turbante, combinado con sus pantalones ajustados y su camisa de un color muy extraño, entre azul y verde.
Realmente no hay quien entienda a los adolescentes. Yo con 10 años estoy disfrutando mi infancia y me estoy preparando para esa edad en la que todo lo que ahora es la mitad de difícil, cuando llegue la adolescencia se transforme en el doble.
— Tráeme un sacapuntas, un paquete de folios y una cartulina azul de las grandes— Miguel parecía una ametralladora de recados que disparaba contra su hermano de forma indiscriminada.
— Espera un momento— contestó Lucio — hazme una lista con lo que quieres que te traiga, que no soy ninguna grabadora.
Mientras mi amigo cogía un trozo de papel de la parte de atrás del cuaderno, Lucio inclinó su cabeza para ver de qué trataba el trabajo.
— ¿Tenéis que recoger cosas de estas? — su tono impertinente me hizo sentir inferior a cualquier expectativa.
— Pues sí, ¿por qué?
— Yo conozco un lugar donde estoy seguro que encontraríais hongos de todo tipo. No está muy lejos de aquí.
— ¿Qué sitio es ese?
Finalmente Lucio nos lo dijo, y aquí nos encontramos. Dos chicos de trece años un par de linternas y una mochila con bolsas y un par de bocadillos hechos por mi madre.
El Hospital de San Jerónimo tenía una historia muy larga, que podía resumirse en breves palabras, tal y como nos explicó Lucio.
Desde sus comienzos se mantuvo entre los mejores hospitales de España, pero a partir de 1990, su prestigio fue perdiendo resplandor tras la muerte de varios enfermos crónicos, por falta de atención profesional. Meses después de la última muerte, el hospital cerró sus puertas definitivamente, hasta ahora, en la que nosotros, inconscientes de nuestros actos, irrumpimos la tranquilidad alumbrando cada rincón con una linterna que recibí de regalo con un pack de cacao en polvo.
Cada una de las terroríficas explicaciones que nos dio nuestro informador me parecía oírlas a cada paso que dábamos.
— Miguel, son las siete. Dentro de poco anochecerá. ¡Por favor, vámonos!
— Yo quiero coger las setas. Si quieres irte, vete, pero entonces el trabajo solo tendrá mi nombre. — su juego de manipulación siempre daba resultado.
Linterna en mano nos dispusimos a buscar ese tipo de líquenes, que según Lucio, estaban en la parte superior, donde la humedad de la lluvia se mantenía intacta.
Aquel sitio era desolador. El polvo creaba una niebla frente a nosotros, de forma que no podíamos ver a más de dos metros de distancia.
Todo estaba en silencio, ni un alma. Nuestra respiración acelerada resonaba en cada una de las consultas abiertas. En algunas ocasiones nos sobresaltábamos al encontrarnos frente a nosotros una camilla vieja roída por polillas hasta su interior.
En poco más de veinte minutos ya habíamos alcanzado la segunda planta, pero algo nos frenó en seco.
El sonido de una bandeja metálica hizo eco en todo el hospital, y por lo que habíamos notado venía del pasillo izquierdo de la segunda planta.
No sabíamos quién iba a preguntar antes, pero al final lo dijimos al unísono — ¿Hay alguien ahí? ¿Hola? No obtuvimos respuestas, únicamente nuestro eco.
— Habrá sido el viento, seguro — dije, intentando disimular el terror que me corroía las entrañas.
— Sí, eso será.
Me di media vuelta para continuar escaleras arriba y una sensación de ingravidez me invadió por completo. Me mantenía apoyado por los talones y cada vez me inclinaba más hacia delante, estaba cayendo al vacío.
De repente, una mano me tomó de la mochila y tiró con todas sus fuerzas hacia atrás.

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"Solos en San Jerónimo" por Obras de un escritor novel se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.obrasdeunescritornovel.blogspot.com.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

en general me ha gustado bastante pero creo qe aunque lo as hecho bien te has enrollado un poco en la explicacion del contexto donde se encuentran pero x lo demas esta muy bien=)espero ansioso la 2ª parte
CDM

Anónimo dijo...

La verdad esque esta biien!!! Cuando pongas la segunda parte veremos como acaba y la critica sera mejor!!
Alfonso.

Elisabeth dijo...

me ha gustado bastante, y te intriga muxo la historia con cada parrafo que se lee..estoy esperando la segunda parte con entusiasmo :D un beso!

Manuel Díaz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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