- Realice un análisis lingüístico del amor y sus
diferentes funciones. Aplique sus conocimientos en pragmalingüística y
lexicografía para el razonamiento de la cuestión.
El amor es una disciplina vital impuesta por
la naturaleza a todo ser dotado de sentimientos desde tiempos inmemoriales. A
lo largo de la historia ha tomado incontables nombres y ha sido aplicado a
personas, animales e incluso objetos. Como ya sabemos, el amor abarca un ámbito
tan extenso que sería prácticamente imposible analizar cada uno de sus aspectos
y funciones. Sin embargo, podemos atender a su manifestación más importante, y
a su vez, más desconocida: El Te quiero.
Entre los sintagmas verbales más peligrosos,
que no por ello menos atractivo, de nuestro sistema lingüístico se encuentra el
Te quiero. Dos elementos oracionales
que pueden hacer que se estremezca la piedra más sólida, y enfriar la sangre
del más rudo. Dos elementos que conforman una sola realidad; un solo
sentimiento.
Desde el punto de vista fonológico, la
pronunciación de estas palabras puede dar lugar a lágrimas, sonrisas,
disgustos, euforia, etc. Su uso en ciertas situaciones comunicativas sumerge al
emisor y al receptor en una sola realidad: los oídos dejan de oír, los ojos
dejan de ver, y el corazón deja de latir. El tiempo se detiene, para poco a
poco resbalar entre los dedos de los intrépidos que han osado a pronunciar
estas palabras. Es necesario subrayar la dificultad a la hora de pronunciar un Te quiero, ya que deben darse las
condiciones idóneas para su emisión: los ojos de los individuos deben mantener contacto
directo, y el silencio debe sostener la respiración de ambos. Un breve suspiro
del oyente sumirá al emisor en un trance, en el que solo existe aquel ser que
tiene ante él y en el que la música que mece sus sueños sigue el son de la
respiración de aquel ente al que daría su propia vida. Es esa la situación
concreta en la que se manifestará el Te
quiero.
La
unión de una consonante oclusiva dental y una vocal media anterior generan en
el receptor la sensación de convertirse en el único ser sobre la tierra. Por
otro lado, el conjunto de semiconsonante palatal, vocal cerrada anterior
diptongada con una vocal media anterior, acompañadas de una consonante alveolar
vibrante simple y, finalmente, una vocal media posterior es el responsable de
la pérdida de raciocinio por parte del emisor, quien ahora no piensa, solo
siente.
Un Te quiero sume al individuo en un
intermitente ciclo de calor y frío que recorren su cuerpo en busca de una
serenidad que no llega, hasta que el otro entreabre sus labios para responder y
romper un corazón, o bien, llenarlo de una sustancia imperceptible por los
sentidos y algo escasa hoy en día: la felicidad, con cierta dosis de euforia,
sobre una sólida base de amor.
Atendiendo a los aspectos extralingüísticos y
sociológicos, como complemento oracional fundamental en la construcción
sintáctica, el Te quiero tiene
efectos anteriores y posteriores a su emisión. Como reacciones anteriores al Te quiero encontramos el sudor frío, la
taquicardia, confusión de conceptos, errores léxico-gramaticales en el habla (o
escritura), etc. El emisor ha pensado durante horas (o quizás durante días) en
qué condiciones pronunciar un Te quiero.
Sin embargo, éste hecho se produce por la inconsciencia del mismo individuo; es
decir, el momento más irracional es en el que suele darse el fenómeno
lingüístico. Como consecuencias, desde lágrimas a pérdidas de conciencia.
El resultado habitual tras el Te quiero, viene dado por la
aproximación de los participantes en el intercambio verbal (la velocidad puede
variar dependiendo de los individuos). Como imanes, los labios parecen atraerse
como fuerzas inquebrantables de la naturaleza, hasta que aparece esa sensación,
imposible de encontrar fuera de un beso. Para los individuos, el mundo
desaparece bajo sus pies, los ojos se cierran y quedan sellados, las manos
palpan el cuerpo del otro, en busca de un apoyo que les permita quedarse con los
pies en la tierra, y evitar escaparse flotando mientras les mece una brisa que
no silba, sino que susurra sus nombres. El tiempo tiende a ralentizarse, pero
nunca se detiene, solo crea el silencio, un silencio que desaparece de golpe
cuando los individuos separan sus labios, para volver a decir, siempre que
puedan, de nuevo: Te quiero.
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