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30 de marzo de 2010

Segundo relato: Parte III: Un desenlace inesperado


Con mi amigo inconsciente en las rodillas y con la imagen de aquel ser dirigiéndose a mí aún en la mente no me percaté de la situación. Estábamos dos niños, uno de ellos más asustado que el otro, en un hospital abandonado, escapando  de una mujer tuerta, violenta, hasta arriba de pastillas. Aquello era surrealista.
Dejando a Miguel incorporado en una esquina de aquellas escaleras me puse en pie y comencé a inspeccionar el lugar a tientas, porque la unía luz que nos llegaba por la ventana, y provenía de las farolas de la acera enfrentada al hospital.
Al fin lo encontré, un cuadro de luz. Sin esperanza activé todos los interruptores, sin ningún resultado, solo un leve chasquido y un par de chisporroteos. Tras un largo suspiro los fluorescentes de las plantas inferiores se encendieron, pero a la vez el de nuestra planta estalló en mil pedazos. Yo conseguí cubrirme, pero mi amigo se llevó la peor parte.
— ¿Sergi? — Estaba recobrando el sentido — ¿porqué me duelen tanto la cabeza y la cara?
— Tranquilízate, has perdido el conocimiento, no pasa nada, Te has golpeado la cabeza contra el suelo, y además, tienes la cara llena de cristales, no te toques no te los vayas a clavar — Miguel seguía KO — ¿tienes unas pinzas en la mochila?
— No sé… — volvió a derrumbarse. Esta vez conseguí mantener su cabeza lejos del suelo.
La mochila estaba… la mochila estaba… ¡la mochila no estaba! Debió de haberse extraviado cuando Miguel me rescató de aquella caída, que podía haber sido mortal. Recordé entonces que la mochila debió haber caído por las escaleras, cuando tiró de mí, porque cuando estuvimos buscando el plano del hospital yo busqué incluso en el suelo, por si con el tiempo se había caído.
Debíamos bajar y recuperar la mochila, porque ahí teníamos nuestros móviles y nuestra comida.
Intentando olvidar el inconveniente de la mochila, me encargué de quitar los cristales de la cara de Miguel, aunque algunos eran imposibles de sacar, contando con que lo estaba haciendo a pulso, y con los dedos, sin una mísera pinza.
— ¡Ah! — Ya había recobrado completamente el conocimiento, sus ojos parecían un par de faros, muy abiertos, y no paraban de moverse de un lado a otro — ¿qué ha pasado?
— Nada, ya estamos a salvo.
— Lo que ha pasado con esa mujer, ¿ha sido un sueño?
— Me temo que no Miguel.
— Me lo imaginaba. ¿Qué tenemos que hacer ahora? — la voz le temblaba, y por su cuello resbala un espeso sudor frío.
— Debemos bajar, coger la mochila, y largarnos de aquí cuanto antes.
— Buena idea — contestó un poco más aliviado — ¿y las setas, y nuestro proyecto?
Mi mirada se hizo fulminante— No me hables del proyecto, imbécil. Que por culpa del proyecto estamos metidos en esto.
Miguel comenzó a llorar, al parecer había sido demasiado duro con él.
— Tío, lo siento, no quería…
— ¡Olvídame!
Después de aquel grito me empujó y se dirigió rápidamente hacia las escaleras descendiendo camino de la planta baja.
— Miguel, ¡no! — era demasiado tarde, ya había bajado una planta.
El peor problema de Miguel era ese, la ira. La ira le ciega como nada en el mundo. Es capaz de olvidar todo lo que hay a su alrededor, las consecuencias que pueden provocar sus actos.
Mis pies golpeaban bruscamente los escalones, aunque no hacían ruido, la espesa capa de polvo amortiguaba el sonido, evitando ser descubiertos por aquel monstruoso ser.
Mientras bajaba los escalones comencé a percibir la fuerte respiración de Miguel, apoyado en la puerta que daba a la planta baja. Estaba agotado.
— Miguel lo siento de veras… no quería molestarte…
— Yo lo que quiero es salir ya de aquí, joder. — sollozaba. Nunca había visto a Miguel tan agobiado, tan claustrofóbico. Se acercó a mí y me dio un abrazo. — Yo solo quería venir a coger un par de setas y largarme a mi casa. Yo no quería buscarme problemas.
— Ya lo sé tío, no te preocupes más — le sequé las lágrimas con mi camiseta— ahora mismo nos vamos de aquí. — le agarré del brazo y cruzamos la puerta frente a la que nos encontrábamos.
Para nuestra sorpresa aquello no era el pasillo de la primera planta, sino que se trataba de una pequeña consulta, al parecer en la que se suelen reunir los doctores a la hora de evaluar casos graves.
Todo estaba destrozado, pero la gruesa capa de polvo nos indicaba que hacía mucho que la habitación no había sido abierta. Al analizarlo todo con la linterna nos percatamos  de un tablón de corcho que se escondía detrás de una vitrina de cristal, intacta.
Estaba lleno de recortes de periódico, todos aparentemente trataban el mismo tema.
Entre los titulares aparecían: “UNA JOVEN FALLECE A CAUSA DE MEDICAMENTOS” “NEGLIGENCIAS EN SAN JERÓNIMO” “MUERTE INESPERADA EN HOSPITAL SAN JERÓNIMO” “LA JOVEN DE “LA AVENIDA DEL MAL SUFRIMIENTO””
La habitación comenzó a darme vueltas, estaba mareado. Ahora lo entendí todo. Aquella mujer no estaba ciega de pastillas, aquella mujer está muerta, aunque no del todo. No terminaba de creérmelo. Me apoyé en la mesa de reuniones, donde posé mi mano, y m encontré con un historial médico.
Abrí aquella carpeta polvorienta y saqué aquellos documentos que contenían fotos, gráficas y un informe.
En aquel informe lo explicaban todo:
Soria Ibáñez, Alicia ——— Enferma crónica
Fecha de ingreso: 22/07/01
Fecha de defunción: 10/02/06
Alicia presenta bruscas elevaciones de tensión repetitivas en breves periodos de tiempo. Ha sufrido un infarto pulmonar y por ello se dispuso su ingreso en el centro. Al parecer respondió bien al tratamiento.
El último folio describía lo más importante:
Con el cambio de enfermera Alicia ha respondido negativamente. Ha comenzado a actuar de forma violenta contra los enfermeros. No permite la administración de suero ni ingiere comidas. Únicamente toma las pastillas recetadas, aunque en medidas exageradas. El caso comienza a afectar a la reputación del centro.
Escrito a bolígrafo, justo abajo, se podía leer:
La nueva enfermera, Loreto, cambió el recetario de medicamentos de Alicia. Barajo esta posibilidad  como causa de la muerte de Alicia. – El doctor Mtnez.
Mientras Miguel y yo leíamos el papel un fuerte estruendo nos despertó de aquel trance en el que estábamos. Los dos dirigimos nuestras miradas hacia la puerta. El sonido era metálico, y parecía bajar. Cuando lo vi bajando las escaleras me dio un vuelco el corazón. Aquello que bajaba era el extintor con el que bloqueé la entrada.
Solté rápidamente aquella carpeta y agarré de nuevo por el brazo a Miguel.
— ¡Vamos corre! ¡No mi res atrás!
Arrancamos a correr, directos hacia la puerta que daba al pasillo principal. En aquel momento creí que mis venas contenían más adrenalina que sangre.
Mientras corríamos notaba de nuevo las pisadas de Alicia detrás de nosotros.
Por fin conseguimos llegar a la puerta de salida, pero para nuestra mala suerte estaba bloqueada. No teníamos tiempo, teníamos que actuar rápido.
Tiré de mi amigo hacia una habitación cercana, en la que pude observar la luz que provenía de una ventana.
— Entremos ahí.
Una vez estuvimos dentro de aquellos servicios, cerré la puerta tras de mí, y cerré el pestillo, que era bastante resistente.
Miguel estaba recobrando el aliento — Sergi, por favor sal tu primero, y me ayudas desde fuera a salir, ¿vale?
Dudé unos segundos, pero los fuertes golpes en la puerta me hicieron reaccionar. Subí al wáter y abrí la ventana. Con esfuerzo conseguí salir de aquel maldito lugar, pero todavía tenía que ayudar a salir a mi amigo.
— Miguel sube— no recibí respuesta — ¡Miguel! — una mano sudorosa se agarró de mi brazo. Miguel estaba intentando salir. Pero, la puerta se abrió, y Alicia agarró su pie, y comenzó a tirar de él.
— ¡Sergi, por favor, no me sueltes! — yo tiraba con todas mis fuerzas, aunque no sirvieron de nada. Las manos sudorosas de Miguel resbalaron y desaparecieron en la oscuridad del servicio.
— ¡Nooooooo! — gritamos al unísono.
Y allí me quedé, plantado frente a la ventana, esperando algo imposible: que Miguel volviera.
A partir de entonces no recuerdo nada. Según escuché hablar a los vecinos cercanos al hospital, comencé a gritar y a patalear contra la ventana, sollozando como si estuviese loco, y a lo mejor es así como estoy, loco.



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Basada en una obra en www.obrasdeunescritornovel.blogspot.com.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Antonio, me ha encantadooo!!! muy pero que muy biien... pon ya pronto el epílogoo!
Alfonso.

Anónimo dijo...

a estado muuy bieen te lo as currao sobre to el final! deseando el prologo!...sobreto pa enterarme de lo ultimo de lo qe esta loco xDD
CDM

Anónimo dijo...

es buenisimo, a ver si te da por escribir un libro, porque endria mucho futuro, en caso de que lo hicieras, si aceptas mi opinion, yo lo preferiria de terror, como este relato, y tambien que me lo pasaras cuando lo terminara, claro ^^
un abrazo y sigue escribiendo como lo haces
VCJ

Anónimo dijo...

El poder de la palabra es nulo, lo que las hace fuerte es la manera en que se colocan cuidadosamente, aqui frente al portatil sentada el corazon se acelera mientras la adrenalina aparece en el relato. Personalmente me encantan los relatos de terror o todo aquel que provoque una emoción, un efímero momento de miedo,del amor, leí en una obra, que por lo que escucho a ti tambien te "emocionó", que cada libro, o cada cosa que leemos, saca de nosotros lo que somos, para unos el miedo, para otros la amistad, gracias por regalarnos un relampago de terror sin pasar miedo. Gracias por ser lo suficientemente valiente como para dejar libre lo que otros escondemos.
nos vemos, MD

The Little dijo...

Que suspense!! leerlo a altas horas de la noche no se lo recomiendo a nadie.
Que susto me ha dado cuando he visto que Alicia tiene el mismo apellido que yo! Ibáñez.
:)

Genial.
Escribe más.

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